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El cautiverio de Belén. A propósito del aborto y la ideología de la maternidad

Tanto los medios nacionales como la prensa extranjera han cubierto en estos últimos días el caso de Belén, una niña de 11 años que se encuentra embarazada tras sufrir las violaciones reiteradas de su padrastro. Si aquello ha sido de interés para la prensa internacional es justamente porque este caso pone de relieve la “particularidad chilena”, esto es, que el ordenamiento jurídico nacional criminaliza prácticamente todas las hipótesis imaginables de interrupción voluntaria de embarazo,  sin hacer excepción ni siquiera respecto de aquellas situaciones en que existe un amplio consenso- como en el caso de Belén- en orden a que el embarazo  es el resultado de una tragedia.

 

El caso de Belén ha reactivado la discusión social sobre la flexibilización del aborto en Chile.   La réplica conservadora al reclamo de despenalización que ha suscitado Belén, se ha presentado bajo la forma de una serie de discursos que exaltan la madurez de la niña al decidir continuar con el embarazo (Declaraciones del Presidente Piñera recogidas por la prensa,  09.07.2013), o sugieren que, contrariamente a  la evidencia médica, la  corta edad de la menor no implicaría un alto riesgo para su salud, dado  que si ella ha podido concebir un hijo, entonces,  “su organismo ya está preparado para ser madre” (declaraciones Diputado Kort, Programa Hora 20, la RED, 08.07.2013). De esta manera,  los autodenominados  “pro vida”  buscan demostrar que es posible ser empático con esta tragedia y, a la vez, apegarse a la (supuesta) única solución consecuente con la protección y valoración de la vida: la criminalización absoluta del aborto.  Dicha empatía también puede traducirse en actos  concretos de solidaridad como la petición pública que  el  Presidente de la República ha hecho  a su ministro de salud para velar especialmente por la vida de Belén. Tal llamado atestiguaría-según el Presidente- que en Chile “la vida de la madre está en primer lugar (desde luego, para que efectivamente  todo ello  implique una deferencia  especial en relación con Belén habría que asumir, como presupuesto implícito,  que el sistema de salud no da garantías para el adecuado tratamiento de los embarazos de alto riesgo. De otra forma, la petición equivale a solicitar a los facultativos y personal de la salud que simplemente hagan lo que suelen hacer).

 

Ya me he ocupado en otra columna de argumentar que, desde el punto de vista lógico, el discurso contrario al aborto, en general, se construye a partir de diversas falacias (Leer: El debate sobre el aborto y sus argumentos). Lo que me interesa aquí es más bien reflexionar, a partir de la penosa situación de Belén, sobre cuál es la función latente de este tipo de discursos. Para poder interpretarlos adecuadamente es necesario  tener en vista el sistema de significaciones en el que se insertan, al que llamaré   ideología de la maternidad. Dicha etiqueta designa  un conjunto  coherente y compartido de simbolizaciones sobre la capacidad reproductora de las mujeres, que se caracteriza por nutrirse de experiencias,  modelos de pensamiento,  informaciones y tradiciones culturales. Históricamente la ideología de la maternidad ha buscado administrar la  tensión existente entre, por un lado, el poder (al menos potencial) que  la capacidad de gestar y de reproducir la especie humana le otorga a las mujeres y, por el otro,  la necesidad de las sociedades patriarcales de “domesticar” dicho poder para servir a fines colectivos.

 

 En un extenso trabajo (Los cautiverios de las mujeres. Madresposas, monjas, putas, presas y locas, 2011)  la antropóloga mexicana Marcela Lagarde utiliza la metáfora de los cautiverios para referirse a  ésta y otras tantas manifestaciones de la opresión femenina, las que son articuladas a través de una serie de arquetipos, dentro de los cuales sobresale precisamente la figura de la madre. El trabajo de Lagarde pone de relieve que los arquetipos  buscan disciplinar la conducta de  las mujeres por la vía de  “edulcorar” sus cautiverios, a través de la sublimación del modelo arquetípico. No hay que ir muy lejos para advertir que la figura de la madre (que, a su vez, es la encarnación de lo femenino) es continente  en nuestras culturas de un cúmulo de simbolizaciones que engloban aspectos disímiles que van desde la  representación de la naturaleza (la madre tierra), la preservación de la tradición  (la lengua materna) o la virtud en sus diversos componentes (la fuerza, la generosidad, el desinterés, la devoción, la pureza etc.). A este registro variopinto de simbolizaciones se enlazan otras tantas representaciones que precisan cómo debe ser o qué debe hacer una mujer para adecuarse al arquetipo. La sacralización del parto natural, la teoría del apego,  la glorificación de la leche materna,  el rescate “científico” del instinto maternal; son algunas de las  manifestaciones de esta forma de  normatividad dirigida a las mujeres  contemporáneas y cuya eficacia descansa en la probada fuerza  de la culpa.  Como sugiere la feminista francesa Elizabeth Badinter (La mujer y la madre. Un libro polémico sobre la maternidad como nueva forma de esclavitud, 2011), estos discursos buscan “convencer” a las mujeres de que la maternidad sigue siendo el proyecto fundamental (sino el único) de autorrealización individual. En contraste,  todo lo demás, se (re)presenta como accesorio o contingente. En consecuencia,  la mujer que se aparta del modelo, es percibida como “fallida”, “egoísta”, “perversa”, “inmadura” etc.

 

A sus cortos años, Belén no sólo ha sufrido atentados contra su libertad sexual sino también una interferencia ilegítima en el proceso de construcción de su propia autonomía. Los primeros los causó su padrastro, mientras que la segunda proviene de agentes del propio Estado chileno. Cuando Belén sea mayor y rememore la discusión que su embarazo suscitó es posible que se dé cuenta  que no le cabía otra opción que “querer mucho ( a su hijo/a) aunque sea de ese hombre que (le)  hizo daño” (declaraciones a Canal 13)  porque, aunque la prensa lo presente como un acto de voluntad y el Presidente lo califique como una decisión “profunda” y “madura”, en realidad Belén sólo hace aquello que la ley  y la clase política  postdictadura han dictaminado: llevar a término un embarazo, sin importar las circunstancias que lo rodeen .

 

Por ahora, Belén -habida  cuenta de su edad y su experiencia de vida tempranamente mediada por la ordenación social  de género- tiene dificultades para comprender exactamente lo que su desgracia involucra;  de la misma manera que no alcanza a  distinguir nítidamente entre un recién nacido y  una muñeca (“Va a ser como una muñeca que voy a tener en mis brazos, ídem). Es posible que sea mejor que Belén no lo entienda. Así puede, por el momento, sobrellevar su cautiverio.

 

Yanira Zúñiga Añazco             

Profesora de Derechos Fundamentales  - UACh

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