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Cuidado con el “feminismo conservador”

Hace algunos días, la Fundación para el Progreso (una organización de lobby de la derecha más recalcitrante) vino presentar en la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la UACh un libro acerca de las respuestas ‘de derecha’ disponibles para el movimiento feminista en los tiempos que corren.

 

A la autora, sin embargo, les salió el tiro por la culataSe fue exasperada y mal parada tras los comentarios que se hicieron de su obra. Esta historia local nos acerca al fenómeno de necesario advenimiento en el que el feminismo se transformará en un objeto de disputa. Las fuerzas conservadoras irrumpirán – si es que este ejemplo no indica que ya no lo han hecho – reivindicando las demandas feministas como propias, o al menos intentarán copar el espectro de la discusión con demandas femeninas, que se acomoden, o que derechamente sirvan, el interés apaciguador del capitalismo neoliberal.

 

La pregunta que es necesario hacerse, en esas instancias es la siguiente: ¿Es posible algo así como un feminismo conservador? Los candidatos son básicamente dos: por un lado, puede tratarse de un feminismo propiamente conservador, esto es, que abrace los valores morales tradicionales del patriarcado, y, por tanto, sea un oxímoron; por otro lado, puede tratarse de un feminismo libertario, anti estatal; que no sea tradicional, sino, por el contrario, neoliberal. Esto último tiene más plausibilidad, y es por lo que, al parecer, gente como la que nos visitó habría estado abogando.

 

El acceso de las mujeres al poder

 

¿Debe el feminismo celebrar que mujeres propiamente conservadoras asuman puestos de poder? Creo que no hay nada que celebrar para el feminismo al empoderar sujetos que abiertamente se oponen a un discurso de igualdad, emancipación y respeto hacia las mujeres. De hecho, probablemente hay mucho que lamentar, en la medida que las medidas que dichas mujeres conservadoras adoptarán obedecerán a la mantención de la desigualdad, la sumisión y el abuso experimentado por sus congéneres. Lo que aquí ocurre, de verdad, es que fuerzas conservadoras están intentando cooptar el lenguaje del feminismo mientras luchan abiertamente contra las reivindicaciones de derechos de las mujeres.

 

La transformación del feminismo en una cuestión de sentido común, en un mainstream, conforme al cual toda mujer puede identificarse con él, ha vuelto al movimiento feminista más fuerte que nunca. Pero también ha abierto de par en par las puertas para que las mujeres conservadoras intenten capitalizar ese prestigio ganado a pulso. Usan dos herramientas: por un lado, tildan lo que ellas se les ocurra con el logo feminista, por otro lado, acusan de excluyente a quienes las acusan de traicionar la causa o de hipócritas a quienes no las celebran por estar superando el techo de cristal fijado para las mujeres.

 

El feminismo, como un movimiento de mujeres por la justicia social, económica y política, necesariamente tiene que reaccionar frente a esos intentos y disputar el rótulo del verdadero feminismo. Por otro lado, debería identificar la falsedad y la nocividad del feminismo conservador. No se puede ser feminista y estar en contra de la autonomía reproductiva de las mujeres y en contra del aborto, o rechazar la idea de que las diferencias de género son socialmente construidas, o, lo que es crucial, rechazar el diagnostico de que vivimos en una sociedad patriarcal diseñada por hombres para hombres, y que, por tanto, debe continuarse una lucha por la transformación.

 

Esto implica que, aún más, el feminismo no sólo debe protegerse de las conservadoras infiltradas, sino que incluso de quienes creen que ser feminista es el poder de las mujeres de elegir y apoyar cualquier tipo de medidas, independiente de si ellas colaboran con la causa feminista. Pero cuando se entra en la esfera de la libertad de decisión individual, las cosas se vuelven más difíciles, porque el feminismo libertario no puede ser atacado de la misma forma que el feminismo propiamente conservador.

 

El mercado como emancipación

 

El feminismo libertario, puede ser en principio compatible con la idea de que las mujeres tienen derecho a la igualdad política, social y económica por la que el movimiento feminista ha estado luchando. Sin embargo, desconfía de que la transformación necesaria para lograr dicha igualdad pueda lograrse a través de otro mecanismo que no sea un mercado capitalista desregulado. Este tipo de feminismo neoliberal, en sus versiones más azucaradas, mira a la mujer con un grupo atomizado de emprendedoras de sí mismas, sugiriendo a las mujeres tomar control y con ello la responsabilidad de sus propias vidas, su bienestar y su auto-cuidado. Develando que se pueden ganar más autonomía y tomar más decisiones bajo una economía neoliberal, el feminismo, embaucado por el neoliberalismo, pierde el interés en la movilización social y la justicia de más amplio espectro, para concentrarse en cálculos de mercado.

 

Sin embargo, el feminismo neoliberal es, al final del día, un discurso que es dirigido a las capas medias y altas de la estructura socio-económica, y que repercute negativamente en la gran mayoría de las mujeres y descarta las complejas interacciones opresivas que determinan la experiencia del sexismo. Este tipo de feminismo puede entenderse como otro dominio que el neoliberalismo ha colonizado por medio de la producción de su propia línea de productos. Es, probablemente, un diseño hábil que permite la participación de algunas mujeres de los beneficios del mercado capitalista mientras que busca, era que no, el desempoderamiento y la precarización de las mujeres más vulnerables.

 

No debe desconocerse la importancia que la mercantilización del feminismo, y su adopción por las mujeres de clase acomodada, ha jugado en el renacimiento que las demandas feministas han logrado en los últimos dos años. La encrucijada está dada por mantener el momentum, pero al mismo tiempo por encontrar la forma de evitar los efectos adversos de la mercantilización. Por encontrar, así, las formas en que el feminismo puede llegar a todos los estratos socio-económicos, articular la solidaridad entre mujeres, y formular una protesta global contra las desigualdades que afectan a las mujeres, pero que también afectan a otras minorías y personas en situaciones precarias. En fin, no se trata de hacer cargar al movimiento feminista con la carga de terminar con el capitalismo neoliberal, sino por el contrario, se trata de hacer que el feminismo, el epítome de la liberación cultural del último siglo, no sucumba también, sin darse cuenta, ante el gobierno de los mercados financieros globales.

 

Pablo Marshall Barberán           

Profesor del Instituto Derecho Público  - UACh

 
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