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A 20 años de su asesinato: no dejemos que Guzmán se nos muera

Es de la esencia de la democracia que haya gente que no cree en ella. Desde este punto de vista cumplen una valiosa función, aunque estén dispuestos a silenciarnos la voz, o incluso a justificar nuestro sacrificio en manos de un  poderoso leviatán, por causa de la cohesión social o de unos valores que están quién sabe dónde. Puede que suene paradójico, pero el mejor combustible de ésta es el disenso y la confrontación (pero de ideas). 

 

Recientemente  se han cumplido  20 años desde que el Senador Jaime Guzmán Errázuriz fuera cobardemente asesinado  por miembros del FPMR, en uno de los episodios más álgidos de la transición. Qué duda cabe que se trata del hombre más influyente de nuestra historia política, al menos, de los últimos 40 años. Canonizado por sus partidarios, al extremo de que aseguran de que se les suele manifestar ocasionalmente desde el más allá. Odiado por sus detractores, que aún suelen festejar la espectacular fuga  en un canasto desde la Cárcel de Alta Seguridad de quienes estaban condenados por su muerte. 

 

Guzmán fue un hombre de poca producción literaria, de manera casi inversamente proporcional a su enorme importancia. Sus ideas las conocemos  en gran parte por su principal producto jurídico: la Constitución Política de 1980.  Si pudiéramos resumir en una sola frase la herencia del Senador Guzmán en dicho documento, ésta sería la profunda desconfianza frente a la ciudadanía. "Poco significará la democracia para quienes se debaten entre la miseria y la ignorancia", escribía con el objeto de justificar el lúcido ensayo de ingeniería constitucional que en realidad es la Carta de 1980. Toda su inteligencia puesta al servicio de un solo propósito: hacer realidad el anhelo Schmittiano de que el pueblo  poco tiene que ver en cuestiones de naturaleza política, su opinión no puede ser sino considerada como un acto apócrifo de ejercicio de la soberanía. En consecuencia con esto, el poder constituyente, en este caso la Junta de Gobierno, nunca delega ni delegará nada.  

 

Incluso podríamos seguir, es que precisamente fue Guzmán el responsable intelectual de la proscripción y exilio de miles de compatriotas. Fue justamente él quien atizó desde su trinchera el, a esas alturas, incontrolable clima de polarización política que finalmente desencadenó el rompimiento de la institucionalidad el día 11 de septiembre de 1973.  Precisamente por todo esto, es seguro que Jaime Guzmán, si en vez de Senador hubiera sido un país, ocuparía uno de los últimos lugares en el Democracy Index del periódico británico The Economist, al lado de Libia o Corea del Norte, por ejemplo. 

 

Pero entonces,  por qué no es buena idea darles en el gusto a sus asesinos y lo aconsejable sería reservarle un lugar en el memorial de los hombres que marcaron la etapa más difícil de nuestra historia política. La respuesta es que es de la esencia de la democracia que haya gente que no cree en ella. Desde este punto de vista cumplen una valiosa función, aunque estén dispuestos a silenciarnos la voz, o incluso a justificar nuestro sacrificio en manos de un  poderoso leviatán, por causa de la cohesión social o de unos valores que están quién sabe dónde. Puede que suene paradójico, pero el mejor combustible de ésta es el disenso y la confrontación (pero de ideas), y  la verdad es que en esto último, Jaime Guzmán era particularmente bueno. 

 

En este sentido, una sola bala a Guzmán, o a quien fuera, que traiga causa en la defensa de ideales políticos, representa una profunda herida al corazón de todos quienes piensan, que precisamente por que todos y cada  uno de nosotros merece la misma consideración, necesitamos escucharnos, convencer y dejarnos convencer a la hora de resolver nuestros desacuerdos en cuestiones de naturaleza intersubjetiva.  Por esta sencilla razón, desde esta humilde tribuna hoy recordamos al  único Senador asesinado de nuestra historia. No dejemos que se nos muera, o por último, confiemos en que su muerte no haya sido en vano. 

 

Felipe Paredes Paredes

Profesor de Derecho Constitucional - UACh

 

 

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